El genio y el olvido

 

 

Nací en la periferia de la gran ciudad, pero a mí no me importaba eso, porque mi infancia fue feliz entre mis hermanos, mi madre y mi padre, allá en la vieja Acolhuatán. Teníamos perros y caballos. Éramos tres hermanos de mamá y tres de papá. El mayor era hijo de papá y nos quería mucho. Yo era el menor de mamá. A todos nos asignaron un oficio: el barbero, el albañil, la planeadora, el zapatero, el ordenanza y La tortillera. Los hermanos mayores decidieron ayudarnos para que los menores estudiáramos; por eso asistí a la escuela Joaquín Rodezno donde salí con primeros lugares hasta el Bachillerato, después ingresé a la universidad y en el primer año trabajé en un laboratorio donde encontré aquello que transformó mi vida.

Encontré en las bodegas de aquel recinto, todos los elementos para fabricar el vino de la eterna juventud, eché manos del elemento etílico y otros aditivos, fabriqué un licor que no provocaba resaca ni daba mal aliento. Mi futuro está asegurado, la vida me sonría, mi genialidad aumentaba, hasta que una noche enfermé y me incapacité prolongadamente. 

Perdí mi trabajo, pero di gracias a Dios por ello. Porque el vino de la eterna juventud fue el culpable, había consumido todo mi tiempo, mi energía y mi genio, poco a poco comenzó a matarme. Enfermo y sin trabajo, regresé a la casa de mamá después de siete años de ausencia; ella me salió a recibir muy triste, y llorando me dijo: ¿Por qué volviste? Para nosotros hace siete años moriste intoxicado en los laboratorios donde trabajabas y autorizamos que tu cuerpo fuera donado a la Universidad para efectos de estudios como lo habías pedido y tramitado previamente.

 

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